UNO
Le hablo a César. Le propongo que venga a comer el asadito con nosotros, mañana por la noche. Me dice que sí. Le pido que traigan algo para compañar la cuestión. Obvio -concluye.
Todo arreglado. Mañana haremos un asado en la casa. Pedro y Paula han llegado desde Argentina para presentar su música y su pintura en boliches de Santiago, Valparaíso y Coquimbo. La cumbia electrónica se abre paso allende el ande por primera vez. Y la primera vez es la que cuenta. Dicen. Yo creo. Sí. Así debe de ser.
No sabemos muy bien cuánto tiempo estarán con nosotros. Nuestros amigos no esperan. Están apurados. También nosotros. Es la lógica de cualquier ciudad. Sin embargo, quisiera, por mi parte, hacer todo lo que sueño cada noche: Volver a la Vega a almorzar, ir al Galpón Víctor Jara y bailar con Banda Conmoción, la Floripón y Chico Trujillo. Quisiera que supieran, dérmicamente, que la cumbia acá es quien gobierna más allá de la Piraña. Pero el tiempo es una bandita elástica que se estira entre dos dedos: Entretiene, pero no alcanza.
No importa. Algo haremos. Cualquier cosa es un buen comienzo. Un asado lo justifica. En la casa hay una guitarra. De los que vendrán, la mayoría es músico. Yo también rasgueo algo. Le doy duro y parejo y grito melodías que gustan por el simple echo de que están bien armadas, y que cualquiera que las quisiera interpretar, lo haría mucho mejor que su autor. Así es la vida: Rica. Llena de gajes y de oficio. Y ocio. El ocio que ejecuta la inquietud que genera cierto oficio sin destino o destinatario. Sólo errabundear.
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