Yo no usé "pantalón cortito" como decía Favio; pero sí jugaba en el barro luego de las lluvias de verano con grillos y ranas, con sapos y escuerzos. En el picadito con los pibes, con la pelota densa y pesada al patearla, como si Dios o el Diablo bromearan con nosotros sentados encima de ella.
Extraña y dulce tortura la de ir dormido al colegio y en el auto de papá se oía la voz cansina de Magdalena Ruíz Guiñazú en la radio, quien me arrullaba con sus noticias matutinas.
La escuela siempre fu el patio del recreo y alguna que otra caricia tierna de aquella maestra. De alguna manera, mamá también estaba allí.
Qué decir de las tardes libres y espaciosas donde a nuestros juegos no los doblegaba la caída del sol sino el grito desde nuestras casas exigiéndonos entrar.
¡Cuánta lucha psíquica y cuánto rechazo corporal ante aquel tirano baño y su inclaudicable verdugo: el agua tibia!
En el fondo de mi casa hubo un galpón y también hubo una fiesta... Sandrita tenía un ojo desviado y mis amigos le decían "La Tuerta". Yo la amaba porque su diferencia la volvía más bella que a todas las demás.
La púa del tocadiscos tocó un lento. Sandrita tomó mi mano y, juntos, atravesamos el umbral del galpón.
Comenzamos a bailar en la obscuridad y, mientras avanzaba la canción, nuestros cuerpos se acercaron más y más. Nuestras narices reposaban la una en la otra.
Yo intenté pensar en mis amigos, quienes estaban por ahí bailando, comiendo y riendo. Pero no pude concentrarme en ellos.
Sandrita y yo bailábamos en la obscuridad con los ojos cerrados. De pronto, ella acercó sus labios a los míos, sin fuerza, hasta con cierto temor... Comenzamos a sentir el olor de nuestra respiración y así nos quedamos unos leves segundos hasta que su lengua fue abriéndose paso. Ahí nos encontramos.
Al día siguiente llovió con una furia carioca sobre Buenos Aires. Y los grillos y las ranas, los sapos y los escuerzos me invitaban a jugar... Pero yo no pude salir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario