lunes, 6 de julio de 2009

LECHE HERVIDA

Leche Hervida tiene rabia todavía por darse cuenta de que es un imbécil...
Llegó a casa al rededor de las siete de la tarde con un ron y una gaseosa. Entró callado y así se sentó a mi mesa. Abrió las botellas, me pidió dos vasos y no dijo más. Fui a buscar las cosas a la cocina. Leche Hervida se preparó los tragos y, para mi gusto, estaban bien fuertes -yo jamás fui muy amigo de ese tipo de bebidas-. Entonces bebimos uno, dos vasos de aquello sin decirnos nada.
Su cara estaba transformada y eso me asustó. No era el mismo calentón y antisocial pesimista de siempre. Realmente mi amigo estaba, cómo decirlo... ¿Triste? Creo que Leche Hervida sentía, en ese momento, algo parecido a la tristeza. Aunque con él nunca se sabe.
Su silencio me incomodaba, es cierto. Pero con los años aprendí a no preguntarle nada y simplemente esperar a que él comenzara por hablar. Íbamos bajando la mitad de la botella cuando debimos salir en busca de hielo.
Al volver, mi amigo se prende un pucho, me mira mientras larga el humo y me dice: Ayer tuve un sueño horrible. Asentí con mi cabeza. Dejé que el silencio le inquiriera, y Leche Hervida prosiguió de la siguiente manera...
- Te juro, Evaristo, que jamás me había pasado una cosa tan absurda y fea. Para peor, a través de un puto sueño. Porque, para colmo, fue tan tonto que no puedo comprenderlo. ¿Sabés qué mierda soñé?"
Negué con la cabeza al tiempo que levantaba mis hombros. Leche Hervida apaga su cigarrillo y, al toque, enciende otro. Esta vez le pega una larga bocanada y comenza por contarme que había soñado con tres remeras nuevas, una de color amarillo, la otra roja y la tercera blanca. Las prendas estaban geométricamente dobladas y puestas sobre su escritorio -el cual es uno de los pocos muebles que conserva en su habitación, la cual funciona como cocina y comedor al mismo tiempo; pero, para que se sepa, si Leche Hervida vive en una pensión tan pequeña y asquerosa es por su propia voluntad-. Y al lado del escritorio estában los zapatos de cuero negro que había envidiado detrás de la vitrina de un local el verano pasado.
- Pero eso no es todo -enfatiza mi amigo. Lo peor fue que despertó en el mismo momento en que se acercaba a ellas y los tomaba en brazos.
- Eran reales -me confieza mientras me mira con unos ojos rojos que daban verdadera pena o, peor, vergüenza ajena.
Le pregunté entonces, por primera vez en la noche, por el posible significado de ese sueño o qué fue lo que sintió. Al parecer, mi amigo no sintió nada. Sin embargo, cuando aquel sueño se desvaneció, Leche Hervida se sentó al borde de su cama, desnudo a pesar del frío, y comenzó a llorar.
- A llorar, Evaristo. ¡Yo, justamente, la puta madre, me puse a llorar! ¿Podés creerlo? -me pregunta al tiempo que me toma las manos.
No. No puedo.

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