Sigo esperando a la lluvia. Con mayor deseo ahora, que me quedé sin laburo.
No sólo necesito reconciliarme con ella; también necesito sentir esa sensación de no hacer más que mirarla caer y oír las explosiones del trueno, mietras la pava para el mate se va calentando despacito en la cocina apenas iluminada en la oscura mañana de este fin del verano.
Sinceramente, a veces me dan las ganas de decir "Me apena trabajar". Pero sólo por momentos. Sé que no es verdad. Al menos, no es enteramente verdad: El exceso de ocio, con o sin guita, es contraproducente -allí, ni siquiera la masturbación conserva su sentido-.
Pero estos últimos días me viene llamando esa lejana impresión que se siente cuando uno es niño, y el día arranca absolutamente oscuro y nublado, llueve inconsolablemente, hace frío y la cama está por demás calentita. Ese estado aletergado y placentero en la habitación, a la cual se acerca la viejita y nos intenta despertar para tomar la leche y partir hacia el colegio. Y nosotros, tan cómodamente acurrucados con la almohada en los brazos y mecidos por los relámpagos que iluminan nuestro rostro lagañoso apenas por un momento, pero perfectamente; nosotros, ahí mismito, con mucha pachorra y placer de puro desgano le rogamos a la viejita que no nos obligue a ir a la escuela, porque simplemente queremos quedarnos en la cama. Y levantarnos más luego, y desayunar como es debido -sin prisa, saboreándo, oliendo, conversando, oyendo- y prepararse para ser testigo de uno de los días más bellos de la semana...
Por suerte nuestra madre más de una vez nos dió el gusto. Y por eso será que necesito aunque sea por un sólo día, quedarme en la casa mientras afuera está lloviendo sin enfado pero con tormenta y decirle a mi mujer "Hoy no voy a trabajar", sin importarme nada de nada cuando ella me responda: "Pero si ya te han despedido".
1 comentario:
Ché Manu!...mira donde te leo!
un abrazo, amigo
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