Se acerca noviembre. La arboleda en la estación está eufórica, reverdeciente. Las flacas van pelando las polleras y los pibes, las bermudas: Bello espectáculo de tetas guerreras, paraguayas, y culos aspirantes.
Pronto llegará diciembre y sus fiestas, donde los cuétes y la cumbia inundarán los barrios, asordinando broncas y rencores, y donde se caerá la tranquera de la libido… Con la primera menstruación, las niñas de mi barrio van deseando. ¿Qué cosa? No lo saben: Lo intuyen… El caos es una nota álgida, eufórica y vibrante que sólo durará dos noches con sus días. Los tiros intentarán herir los cielos, pero alguien, alguno, morirá. Así suele suceder. Sin embargo, la alegría es devoradora y siempre genera el olvido. Así pasó la primera noche de un año nuevo en la avenida República.
El pibe brindó en su casa y fue hasta la casa de su novia. Eran jovencísimos los dos, apenas diecisiete años. El flaco saludó a la familia de ella y, juntos, salieron a la vereda.
El se posó sobre uno de los pilarcitos blanqueados de cal. Medio se sentó y tomó la cintura de ella y la recostó sobre su pecho. Iban besándose, quemándose, inaugurándose, quizá.
En la vereda de enfrente, una casa. En esa casa también hubo brindis y copas y gritos y música. Los petardos y los tres tiros tal vez se acabaron pronto. Un hombre quiso que el festejo siguiera. Fue a su cuarto, la tomó y salió a la puerta de su casa.
Los novios se besaban, confesándose. El hombre gritó o balbuceó fuerte y disparó. Disparó para arriba y disparó para abajo.
Los ojos de ella, cerrados por el calor de los labios, se dejaron caer. Su cuerpo fue cediendo. El pibe no la soltaba y no comprendía por qué su cuerpo se volvía tan pesado. Pensaba que su amadita se le desmayaba. Le habló, de pronto. Le preguntaba: ¿Qué te pasa, mi amor? ¿Qué te pasa? Ella dejó de responder. Él no pudo sostenerla más y se fue con ella al suelo. Miró sus manos. Estaba oscuro pero la vio, la sintió: Sangre. En el suelo, ella parecía descansar…
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