Quieto en un mismo y preciso lugar, hermano, fui nómada. Yo viajé antes de viajar.
Lo sé porque pronto me iré y contadas son las cosas –y una mano alcanza para eso- que realmente habré de extrañar.
Sabré que mi único ficus en pie habrá de caer y lamento no poder llegar a verlo.
Los muchachos de Plaza Constitución seguirán vendiendo panchos calientes y cervezas frías a la exquisita población. Sus vidas cambiarán y yo no podré saberlo (aunque apenas siquiera imaginarlo)
¡Cómo extrañaré este lugar donde conocí la verdadera democracia, aquella puta dentada que por tanta juventud luche! (Yo luchando con mis viejos amigos, que hoy tendrán otra vida que ya no sé y viceversa).
Acá está el dueño: Gustavo, el ambicioso cinéfilo, el augusto melómano, quien puso el disco de Thurston Moore que yo le pasé alguna noche vieja y perdida, y eso es, para mí, una limpia y velada caricia amable: Gozosa y placentera despedida…
En los televisores se ve la versión original de “La guerra de los mundos”. Afuera está tibio y se huele la lluvia que vendrá mañana. ¡Esa es una sensación impagable, como le dije hoy por la tarde a un compañero en el depósito de la librería!
Aquí fui y soy verdaderamente yo, porque me reencontré con lo que nunca dejé de ser, y porque de aquí me llevo una lección: Ser yo mismo y hacerlo por mí mismo (DYS).
¡Si Gustavo supiera cuánto me ayudó a redescubrirme y reencontrarme!
(Pero los hombres argentinos no lloramos –sólo con la exquisita excepción de la salud de D10S- y jamás diremos “Te amo, querido. Te amo, simplemente”. Acaso, los que lo sentimos, escribimos por eso).
Epílogo sin razón
La poesía volvió a nacer.
Está todavía, embrionaria, en la calle.
Pero volvió a nacer.
Apenas balbucea.
Pero será… Y será Grande.
Tan grande como esta calle.
Lo sé porque pronto me iré y contadas son las cosas –y una mano alcanza para eso- que realmente habré de extrañar.
Sabré que mi único ficus en pie habrá de caer y lamento no poder llegar a verlo.
Los muchachos de Plaza Constitución seguirán vendiendo panchos calientes y cervezas frías a la exquisita población. Sus vidas cambiarán y yo no podré saberlo (aunque apenas siquiera imaginarlo)
¡Cómo extrañaré este lugar donde conocí la verdadera democracia, aquella puta dentada que por tanta juventud luche! (Yo luchando con mis viejos amigos, que hoy tendrán otra vida que ya no sé y viceversa).
Acá está el dueño: Gustavo, el ambicioso cinéfilo, el augusto melómano, quien puso el disco de Thurston Moore que yo le pasé alguna noche vieja y perdida, y eso es, para mí, una limpia y velada caricia amable: Gozosa y placentera despedida…
En los televisores se ve la versión original de “La guerra de los mundos”. Afuera está tibio y se huele la lluvia que vendrá mañana. ¡Esa es una sensación impagable, como le dije hoy por la tarde a un compañero en el depósito de la librería!
Aquí fui y soy verdaderamente yo, porque me reencontré con lo que nunca dejé de ser, y porque de aquí me llevo una lección: Ser yo mismo y hacerlo por mí mismo (DYS).
¡Si Gustavo supiera cuánto me ayudó a redescubrirme y reencontrarme!
(Pero los hombres argentinos no lloramos –sólo con la exquisita excepción de la salud de D10S- y jamás diremos “Te amo, querido. Te amo, simplemente”. Acaso, los que lo sentimos, escribimos por eso).
Epílogo sin razón
La poesía volvió a nacer.
Está todavía, embrionaria, en la calle.
Pero volvió a nacer.
Apenas balbucea.
Pero será… Y será Grande.
Tan grande como esta calle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario