sábado, 27 de septiembre de 2008

DIEZ

X



Aquello debía de ser Parque Chas, seguramente. No supe en absoluto por qué me detuve en aquella esquina de aquel barrio por mí jamás conocido. En el aire circulaban pequeños átomos y aromas de principios de los ochenta. Las casas bajas, blancas de interminables manos de cal, mantenían cierto toque personal, aun cuando todas se semejaban. Mas aquella casa, en aquella extraña y calurosa esquina, me repugnaba... Aunque no podía dejar de observarla.
Creo que tendría unos catorce o quince años ese día cuando la vi junto a él. Debo decir que su casa era más sencilla que todas las demás, sin primer piso, pero con un techo amembranado. Sólo quedaba el alero de cemento al descubierto, falto de membrana. Allí se tiraban los dos para tomar su Sol.
Él era realmente desagradable: Alto y flaco, con los huesos tatuados y con un pozo en la boca del estómago. Además, era completamente calvo y sus dientes eran postizos y de un amarillo oxidado. En cambio ella era una preciosura... Llevaba una bikini negra que curvaba deliciosamente sus casi treinta años.
Llegó lentamente, con unos anteojos enormes y negros, con su pelo revuelto y rubión. Posó su toalla de baño sobre el alero y se recostó boca abajo suavemente. Yo sabía que ella me había visto. Y también comprendía que una muy fuerte complicidad de nuestras miradas se había formado en el silencio de esa tarde.
Yo sólo podía verla ella. Del viejo me olvidé inmediatamente, ora porque no me interesaba, ora por no poder resistir su visión por más de dos minutos. Y tal vez haya sido por la flotante atención de nuestras miradas ya excitadas que ella rió dulcemente y comenzó a levantar sus piernas, mas dejando en reposo lo demás de su cuerpo. El hombre no se inmutó ante ello; tampoco podía hacerlo. El viejo estaba casi muerto. Tal vez sólo viviera de su orgullo...
Y entonces fue cuando lo vi crecer, piramidal, brillante, liso, perfecto culo veterano que conservara aun su belleza juvenil. Con toda la maldad que yo necesitaba, se erigió frente a mí para que yo muriera frente a él...
Aquella fue la primera y única vez que eyaculé totalmente dormido y sin quererlo. No me molestó en absoluto ir al baño a limpiarme.

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