Al leer "El Silenciero" de Antonio Di Benedetto, recordé un poema del poeta español Campo Amor que se llama "Tren Expreso". Allí, el tipo nos cuenta la historia de un amor imposible en el transcurso de un viaje en tren -y yo creo que aquel habrá sido uno de los primerísimos viajes en ese medio de transporte-.
Tal vez haya sido mi lectura, pero Campo Amor no quiere hablar del amor -ese es un tropo que, ya inevitable, va dejándo de pertenecerle-. Esa historia es una excusa, ya que el poeta español nos está diciendo otra cosa: Nos está narrando su propia experiencia... Esa certera y dolorosa experiencia que le demuestra que ahora es imposible volver a un tipo de vida que acaba de ser destruída. Porque el ferrocarril fue una de las herramientas funcionales del progreso que ayudó, obligó y hasta violó cambiar una concepción temporal: Es decir, la cuantificó.
En "El Silenciero" logré notar esa similitud de ruptura; la de un hombre que no acepta el progreso industrial de la ciudad y acaba enfrentándose a él con un supuesto homicidio.
Nuestro héroe es un caballero chapado a la antigua que sólo comprende la forma (allí su utopía) de eliminar a la Bestia de la Modernidad luego de estudiarla y hacerlo, por si fuera poco, con las herramientas de ese nuevo sistema: El ruido (el plan, la explosión, el fuego) es lo único que eleminirá al ruido.
Para él ya no importan las consecuencias porque siente que está haciendo lo correcto en un mundo incorrecto. Así, ya no le importan la 'posible' muerte -siempre ajena y azarosa-, el abandono y la ruptura del seno familiar, la sentencia y la reclusión carcelaria. Allí existe otra cosa que está en juego, un acto que podría rozar lo salvaje en el hombre: Ello es la intolerancia ante la pérdida de toda pertenencia... El mundo cambia y uno, a veces, no tiene más opción que aceptarlo ("Tren Expreso") o rechazarlo ("El Silenciero").
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Desde siempre me pregunté adónde estoy parado. Y hoy me hago esa pregunta con más intensidad. Porque yo siento que estoy dentro de un vértice anguloso, y sólo puedo vislumbrar una posible respuesta entre ese poema y aquella novela.
Para hablar hoy, en este bar donde escribo, el poema de Campo Amor es mi excusa. Y como toda excusa, uno la puede olividar u obviar, pasar por alto. Pero no me sucede lo mismo con Di Benedetto. Su texto me ayudó en cierta forma a ir respondiendo ciertos apartados (a, b, c, etc.) de mi pregunta sobre mi tiempo y mi pertenencia. Pero a su vez logra descolocarme mucho más de lo que yo me creía.
Del poeta puedo comprender su aceptación a un mundo novedoso gracias a su asombro casi infantil. Sin embargo, Di Benedetto no maneja un argumento sino una dicotomía, un corte, que es claro, preciso y que yo siento él debió o necesitó comprender. En su novela existe o, mejor dicho, pervive un dolor extenso, profundo, que le fue necesario escupir, aunque esto pueda contradecir los mimados argumentos de los críticos defensores de la pura ficcionalidad. Allí, en "El Silenciero", existe una necesidad ambivalente: La de narrar una historia verosímil, y reflexionar con ella (... el mundo, el tiempo, la historia, podría decir).
Repito: Tal vez haya sido mi lectura y mi intención lectora. Pero en mi gusto y mi creencia literaria no existe mejor suceso que una novela que me haga pensar y replantear tantísimas cuestiones en las que divago asiduamente, permanentemente, y a las cuales no estoy muy dispuesto a dejar de cuestionar.
Para expresarme mejor, daré un contra-ejémplo.
Hoy en día una de las mejores narrativas es la de Sergio Bizzio y su novela "Rabia". Eso no lo puedo discutir, porque es cierto. Ella lo tiene todo: Una ficción verosímil, un argumento sólido, una economía apreciada y una justeza sintáctica que asombra. Sin embargo, ese libro, uno de los títulos más preciados por mí en estos tiempos, ha quedado en mi biblioteca desde el segundo mismo en que acabé de leerla y cerré sus páginas. Yo sé que no volveré a leerla. Fue una buena historia, pero que no me ha dicho nada, que no me ha movido el culo para nada. Fue placer y nada más.
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