QUIETUD Y VACUIDAD

Existen días terribles de tan vacíos y quietos. Hoy es uno de ellos y a veces suele suceder el miedo...

Un temor absurdo, ilógico, va arrastrándose por el suelo hasta encontrar mis pies. Entonces comienza su tarea. Va subiendo lentamente por ellos y se va enroscando a través de mis piernas. Yo voy sintiendo un frío extraño, aún cuando haga calor, y como una puntada sorda. Pero él no se detiene. Ahora toma mis caderas y soba mi ingle con furia y desesperación. En ese momento es cuando mi frente transpira y mis ojos van pesando cada vez más. Cuando se posa en mi estómago me doy cuenta que lo que más me duele y me quiebra los nervios es tanto silencio. Me esfuerzo por caminar, por acercarme hasta el equipo de audio y poner algún disco para romper esta incomprensión. Pero no lo logro. Él está de pleno esparcido en mi pecho. Se acerca a mi corazón y me revela imagenes horripilantes. Entonces se pone a hablar con una suavidad que para mí es perversa, y dice cosas como "Estás solo, querido", "No verás jamás tu destino y no obtendrás nada". Yo intento no oírlo. Me digo que soy más fuerte y miro el techo, para no verle el rostro. Pero él grita y me derrota. "¡Sufrirás! ¡Sufriás lentamente la vida!"

Siento todo su ser en mí. Me largo a llorar con una amargura cruda y sin sentido y no puedo evitar bajar mi vista hacia él. Lo observo y veo la cara de un bebé recién nacido. Es hermoso. Tiene los ojos cerrados, sus cachetes mofletudos me dan gracia y ternura y su naríz es más pequeña que su dedo meñique. Pareciera estar dormido. Yo lo noto plácido y en paz... De pronto abre sus ojos de avellana y me dice, tierno: "Yo soy tu locura y todo aquello que de vos se aleja".