En algún punto preciso, la ría de Pontevedra desprende de sí un brazo de agua que forma un estanque natural rodeado de eucaliptos.Allí, en la mansa quietud del espejo, se paseaba un enorme y precioso cisne negro. Si te acercabas a la orilla, él también lo hacía. Me sorprendió su confianza y su falta de temor. Me enteré que lo hacía porque está acostumbrado a que le den migas de pan. Yo me acerqué anonadado y sin nada qué ofrecerle. El cisne negro se dio cuenta de que yo era simplemente un curioso, dio la vuelta y nadó a la otra orilla a probar suerte con otros caminantes.
Aquella fue la primera vez que vi a un animal tan hermoso. Lo observé durante mucho tiempo sin poder salir de mi asombro. Sabía que existían. Los he visto en enciclopedias, en fotos y en alguna que otra película extranjera.Fue absolutamente placentero quedarme sin palabras ante él.
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