viernes, 22 de agosto de 2008

COSTAS


Más por la experiencia que por la reflexión digo que me gusta vivir las cosas más que narrarlas. Es decir, ahora mismo quisiera hablar de vos, de cómo nos conocimos, cómo te robé un beso y nos encamamos en ese hotel tan bonito y con una cama increíblemente grande, allá en Poio. Pero al intentar hacerlo, me queda la sensación de que no será verdad cualquier cosa que diga aquí. Es decir, aunque lo escriba, nadie podrá comprender cómo nuestros cuerpos se iban excitando a la vuelta de las cinco calles, en la zona vieja de Pontevedra.
Yo discutía con vos porque no entendía si lo que ibas a mostrarme eran cinco calles o cinco esquinas. Al final, fueron cinco calles –aunque para mí seguían siendo cuatro-, y comprendí que vos nunca viste una calle con cinco esquinas. Doblamos por una de ellas y, cuando llegamos a la sombra de esa cuadra, te arrinconé contra un portón que nos resguardaba del viento.
Vos tenías mucho frío. Yo también. Y eso me gustó. Los dos somos unos friolentos de mierda y no nos molesta reconocerlo. Entonces te tomé por la cintura y te besé. Tus manos estaban quietas, sosteniendo mi espalda. Recuerdo que te pedí que las movieras, así no se te enfriaban. Y comenzaste a acariciarme. Mientras nos besábamos, me agarraste del culo, y eso también me gustó. Te dije: No empieces algo que no puedas terminar. Te reíste y yo arremetí con ir a tu departamento. Mis manos hacía largo rato venían amasándote ese culo hermoso que tenés. Vos medio me jadeabas y yo me iba empalenquenizando. Me confesaste que por vos irías, pero estaba tu compañera, con la que compartías el piso. Me pareció algo tonto pensar en ella. ¿Acaso ella no coge, no se levanta a nadie, no tiene la necesidad de satisfacer este tipo de deseo con alguien? Días después comprendí por qué no querías.
Entonces te pregunté si había algún telo cerca. Me preguntaste qué era eso: telo. Un hotel, te dije, dicho al revés –o casi al revés. Haber había, me contaste, pero están algo lejos de la ciudad. “Tendríamos que ir a buscar mi auto”, propusiste con timidez algo ensayada. De ahí en más ya no podíamos volver al franeleo solamente. Yo no te lo iba a permitir.

Nos fuimos caminando hacia la plaza de toros. Quisiste cortar camino y subimos esa callecita que era una escalera interminable. Por suerte el orgullo quedó atrás cuando reconocimos que esa no era una actividad tan buena para dos fumadores.
Te llevaba de la cintura y te miraba el rostro. Creo que volví a decirte cuánto me gustaba tu nariz y tus labios. Ahora pienso que olvidé decirte cuánto me gustaba el color de tu pelo. Te reías y me volvías a decir que nunca nadie te había dicho algo así, que nunca se habían fijado en eso. Es que los gallegos son tontos, te dije. Y nos reímos.

Llegamos a la puerta de tu departamento, todavía indecisos de qué hacer. Hasta pensamos dejarlo para otro día. Esto, claro, anteponiendo la razón al deseo. Por suerte ganó éste último.
Yo te insistí otra vez con subir a tu piso. Te prometí que no haríamos ruido. Tu compañera ni se va a enterar. No funcionó. Te propuse ir al telo y me pusiste una condición: que yo entrara manejando. “Esto es un pueblo, y yo no sé quién estará en la recepción –me dijiste. No quiero que sepan quién soy si tengo que dejar mi documento, ¿entiendes?” Más claro, agua. Ningún problema.
Fuimos en busca de tu coche. Pasamos frente a la plaza de toros que tanto me gusta desde que la vi una de las primeras mañanas que me puse a caminar por Pontevedra, subimos a tu auto y salimos hacia Poio. El hotel te lo había recomendado una amiga. Al llegar, estacionaste a una cuadra y yo me puse al volante. Estaba excitadísimo. Quería estar adentro, cojiéndote o follándote, como decís vos, y eso me ponía algo nervioso a la hora de manejar.

Todo salió bien. Nuestra habitación era la 106, si mal no recuerdo. Abrimos la puerta del garaje con el control remoto y metimos el auto allí. A la derecha había una escalera que nos llevaba a la habitación. Fue muy gracioso no poder encender las luces. Recuerdo que hicimos de todo para encenderlas y nada funcionaba. Cuando llamé a recepción y me explicaron que teníamos que colocar la tarjeta en la ranura de las luces, me sentí un idiota. Al encenderlas quedé asombrado con el tamaño de aquella cama: creí que eran dos camas de dos plazas juntas. Recuerdo que me dije: voy a tener que sacarle provecho. Luego estaba el jacuzzi, el sillón y el baño. En las mesitas de luz había ceniceros y caramelos. En el lavamanos, forros marca “Durex” perfumados – ahora recuerdo también nuestra odisea al intentar conseguirlos, yendo de máquina en máquina: todas estaban agotadas. Qué raro, pensé, ¡está todo el mundo garchando! Y eso que es miércoles. Por suerte estaba el 25hs abierto-.

Yo fui al baño a desagotar: no tenía la más mínima gana de que la cerveza me hiciera una mala jugada. Al salir, vos te estabas desvistiendo. Recuerdo que te dije que yo lo quería hacer, pero no me diste tiempo. Ya estabas casi en pelotas. Lo único que pude hacer fue quitarte las botas amarillas que deseé volver a ponértelas una vez que estuvieras desnuda. Te aseguré que lo iba a hacer. Supongo que lo olvidé.
Tu cuerpo me gustó desde el primer instante. Y fue delicioso levantarte las piernas. Aunque tengo que reconocer que me gustó mucho más cuando te subiste encima mío. Me gustó mucho cómo me cabalgaste, y eso no lo podré olvidar en mucho tiempo. Así como tampoco voy a poder olvidar los paseos que dimos por Pontevedra en la tarde, o ese pequeño viaje a Río Barosa. Me encantó estar allí, frente a la gran cascada y los molinos de agua, junto a vos. Y me hubiera gustado quedarme más tiempo y hacer mil cosas más e ir a muchos otros lugares.
Pero ya estoy aquí de vuelta. Y este sentimiento, aunque lo deje aquí encerrado, nadie podrá comprenderlo jamás. Ni siquiera vos, tampoco. Porque, claro, vos te quedaste con la otra parte de la historia. ¿Cómo será tu versión? Porque algún día me gustaría oírla.

2 comentarios:

Qué te dibujo dijo...

Francamente no me importa qué significó la de las botas amarillas. Sólo sé lo que signifiqué yo para vos en ese momento: una más. Una más de tus Barbies bien dispuestas para tu colección.
Ya no más. Nunca más

Ana

Che Pereyra dijo...

La verdad, mi queridísima Ann, leo y re-leo tu comentario y no logro comprender si ello es un insulto o un halago (Mierda! No recuerdo cómo se escribe esta puta palabra).

Si recordás, como yo, no tuvimos ni tiempo de prometernos nada,linda. O acaso olvidas que te conocí apenas quince días antes de mi viaje, ese viaje que ya tenía premeditado?

En fin, querida. Yo jamás voy a dejar de admirarte. Tu comentario y ninguna de tus palabras me lastimarán jamás. Sabélo. Yo sólo me quedo con la mujer que conocí de vos: Magnífica, irremplazable, única!!!!!!

Es una pena, en un punto, que te rebajes a decirme algo tan tonto como esto.

(ojo, que yo sea un estúpido, no me lo tiene que reafirmar nadie... Amén de que no lo acepto sino no es de mí mismo.)

P/D: Sí, estoy algo borracho y ya fue: TEnía ganas de escribirte esto.


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