Sobre la inmortalidad del campo, el árbol sigue creciendo sin más explicación que su silencio. No hay edad para sus raíces. Tan sólo la dispersión del tiempo que, abrazando su copa cual apacible viento, muere y renace con todas las lluvias, con el descanso de cualquier día.
Llega Santiago al pie de este árbol sin ser reconocido y, mientras su nombre posa sus espaldas sobre la longevidad de esta corteza, recurre a la quietud de su forma, disponiendo su atareada existencia a la ignorancia de la historia de la que es parte cada una de sus ramas. Busca la serenidad de un sueño ajeno a él, propio de aquella sombra.
Llega Santiago al pie de este árbol sin ser reconocido y, mientras su nombre posa sus espaldas sobre la longevidad de esta corteza, recurre a la quietud de su forma, disponiendo su atareada existencia a la ignorancia de la historia de la que es parte cada una de sus ramas. Busca la serenidad de un sueño ajeno a él, propio de aquella sombra.
Pasado el mediodía toda verdad se disipa, la mentira es irrecurrente y las preocupaciones son desterradas a una efímera y certera lejanía necesaria. Santiago duerme a un costado del camino y quien por allí pase casualmente caerá en plena confusión por no saber si a los pies de aquel árbol duerme un hombre o si en sus espaldas descansa, rendido, su ombú.
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