Existen dos clases de villas miserias en este país… En las primeras reinan la desigualdad, la pura pobreza, el hambre, la enfermedad, la desolación. Allí no existen las oportunidades: Ninguna oportunidad. Por allí pasa, de vez en vez, la vergonzosa mirada del casual transeúnte. Sus casas no pueden llamarse así: Apenas unas chapas dobladas y llenas de óxido sobre paneles de madera floja, sin tabiques o de ladrillos sin vigas ni columnas. Y ahí dentro vive la gente que puede morir en cualquier noche si todo eso se derrumba. Ella está abajo, pero bien abajo, en el fondo más fondoso de todos, donde los niños pierden sus apellidos al nacer y conservan tempranito nuestras condenas. Allí no más, al otro lado de nuestras caras, del otro ángulo de nuestro mirar errático, allá están los jóvenes que no tendrán ningún tipo de perdón y donde el desempleo, la mugre, los conflictos familiares, la droga, los abusos, los tiros, la enfermedad y la muerte son el castigo que, sin querer, vamos entregándoles. Allí se nace con sentencia de olvido y deseos de muerte: La de este caudaloso país que no los mira.
Después están aquellas villas miserias que principian a cinco cuadras para el fondo de nuestras casas. Allí donde los árboles siguen siendo hermosos, donde nada está incendiado, donde existen los mismos coches, los mismos niños y los mismos comerciantes... Allí, donde el gana pan no se animará a llegar jamás pues ya se ha bajado del colectivo.
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