Falsa Complicidad

Ella había cumplido veinte años hacía un mes y él la aventajaba casi tres juventudes. Yo no podía comprender el hecho de que los dos fueran amantes. Y sin saber absolutamente nada de sus vidas y su pasado solamente podía suponer.
Quizá ella buscaba la madurez en aquella relación porque, a fin de cuentas, no buscaba sino poder amar al padre ausente. A él, por su parte, la relación le ayudaba a mantener su orgullo masculino y, a su vez, intentar recobrar su perdida juventud. Supuse que ese horrendo y desagradable hombre, nuestro jefe, sentía el vaho y los ojos de la muerte demasiado cerca y fuertes como para hacerle frente.
En aquella distribuidora uno trabajaba a desgano y se sentía mal, y no sólo por las arduas y pesadas jornadas que debíamos soportar por un mísero salario. Verlos juntos todo el día, sonriendo y acariciándose en una falsa complicidad, era el peor de los castigos: Siempre se tenían ganas de vomitar.
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