viernes, 31 de julio de 2009

VUELO 480

En mi día fui solo al Tío Bizarro a festejarme.
Bruno fue el único de mis viejos amigos que apareció. Birreamos hasta las cuatro de la madrugada, lo cual era tarde siendo miércoles. Fue realmente grato verlo: Nos reencontramos en la conversación, algo que no nos sucedía desde largo tiempo.
Ya no festejo mi cumpleaños. Me importa una mierda hacerlo. Es más, solo me siento mejor.
Once de septiembre. En estos momentos estoy saliendo de Retiro en un ómnibus hacia el aeropuerto, donde tomaré el avión que me llevará a Santiago de Chile.
Son las seis y media de la tarde y el sol no se ha escondido aun. "Brilla para mí, mi amor", pienso.
Vamos por la avenida a paso de burro cargado. El tráfico está pesado. A mi izquierda está Puerto Madero con sus enormes galpones de ladrillo de color rojo. Más allá, donde ve mi memoria, se abre el brazo artificial del río.
La luna, pequeña y apenas vislumbrada, está en lo más alto del cielo. Está casi llena y no sé por qué flasheo que está soñadora y feliz -pienso en mujeres embarazadas-. Los mástiles de la fragata San Martín, erectos, parecieran codiciarla -pienso que pienso demasiado en el sexo.
Por el carril de enfrente pasan, lentamente, todos los camiones del mundo. Dejamos atrás el puente de la mujer. Sé que en algún lugar está la reserva ecológica, a la cual jamás fui por pensar que tendría todo el tiempo de mi vida para hacerlo. No me arrepiento tampoco. Y me doy cuenta que estoy realmente asombrado, aún cuando haya pateado esta costanera sur más de mil veces.
Suena mi celular. Llega un mensaje de texto de Max que dice: "Uno viene a la vida para ser conmovido". Me río pensando que eso mismo es lo que habrá querido decirme diez minutos atrás cuando nos despedimos en el terminal de ómnibus. Cruzamos la avenida 9 de Julio, busco un punto de referencia, el obelísco o cualquier cosa, y digo: "Gracias, Max".
Uno viene a la vida para ser conmovido. Para quien no lo sepa, esa frase la escribió, la dijo y la cantó más de una vez el Indio Solari, ese sabio autodidacta y terrenal que, junto a Luca Prodan, supo avivarnos que el destino de todos es un drácula con tacones o autos blancos que llegan para traicionarte.
En unos largos minutos me embarcaré por la puerta 'S' del vuelo 480 de la aerolinea chilena. Estoy sentado, tomándo el porrón de cerveza más caro que yo haya pagado, frente a un gran ventanal por el cual veo aviones, luces, camiones y gente vestida de verde fosforescente. Ahora sí que no pienso en nada, porque estoy escuchando mi canción... "Mañanas de sol/ bajo por el ascensor/ Calle con arbóles/ chica pasa con temor...".

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